Me han encargado un artículo sobre las ya famosas 50 sombras. Las redes sociales están inundadas de críticas destructivas hacia la película del Sr. Grey. Aparentemente, cualquier mujer que se precie de serlo debe sentirse insultada ante un guión tan ofensivo para nuestro género. He leído en la carta de una psiquiatra dirigida a las jóvenes seguidoras de la cinta que el film «puede tergiversar negativamente su visión del romance y la sexualidad». Admito que me dirijo al cine con una idea preconcebida: destrozar la película en este artículo. Soy feminista, ergo… no tengo otra opción. Christian, ¡estás muerto!.
Entro en el edificio con la única compañía de un bloc de notas. Son las cuatro de la tarde. Le planteo algunas preguntas al amable señor de la taquilla. Efectivamente, es el fenómeno cinematográfico del año. Se proyecta en las mejores salas de los principales cines de la ciudad y en todas las franjas horarias. «El márqueting ha sido brillante», me dice. «Han generado mucha expectativa y han seleccionado muy bien al público diana: chicas de entre quince y treinta años». Me comenta que la banda sonora está bien y algún otro detalle técnico para rematar su análisis sentenciando: «es la Pretty Woman del momento».
Ya en la sala me percato de que va a ser difícil escribir a oscuras, así que decido ver la peli tranquilamente y tan solo apunto algunas palabras sueltas, flashes que anoto con la peor de mis caligrafías. La cinta no se me hace nada larga. Es cierto que la música engancha. Me abstengo de críticas sobre la interpretación puesto que no es un terreno que domine. Al salir, aún sin saber muy bien qué opino y qué voy a escribir, les echo un vistazo a mis notas: lujo, admiración, ella muy inocente, consentimiento, insiste en consentimiento, primera vez idílica, preservativo, vida sana, preservativo again, niño maltratado, chicas ríen mucho. La última cuestión se refiere a un trío de amigas adolescentes que compartían la fila conmigo. Puede que la mirada crítica que llevaba puesta me hiciese perder algún momento jocoso de la película… o quizá sea una cuestión de edad.
Únicamente hay dos palabras repetidas en mi transcripción de impulsos: preservativo y consentimiento. Como sexóloga, y muy especialmente al trabajar con jóvenes, no puedo destrozar algo que me remite a estos dos conceptos. No sería moral. En la Consulta Joven me paso la vida insistiendo sobre el uso del preservativo: «desde el primer instante de la penetración», les preciso. Así es como lo utiliza Christian. Es cierto que dice «yo no hago el amor… yo follo, y follo duro» pero en cualquier caso, lo hace con condón. Me parece un mensaje clave en una sociedad en la que los profesionales sabemos que la consistencia en el uso del preservativo es baja. ¿O preferimos príncipes que solo hagan el amor aunque sea “amor” desprotegido?
Y en referencia al consentimiento, ¿qué es lo que no está bien en la película?. Sinceramente, no comprendo la crítica masiva. ¿Anastasia es menor de edad? ¿Tiene algún déficit cognitivo? ¿Está amenazada si no acepta? ¿Las cláusulas están en chino mandarín? ¿No comprende el tipo de relación que se le plantea? ¿Le falta tiempo de reflexión? A mi humilde juicio, el Sr. Grey solicita de la señorita Steele su consentimiento jurídico, mucho más complejo, elaborado y válido que el simple consentimiento inmediato ante una propuesta inesperada. No logro identificar ninguno de los legalmente llamados vicios del consentimiento, es decir, factores que obsten en el discernimiento, la intención o la libertad de la persona que expresa su voluntad. Eso sí, es posible que nuestra protagonista esté enamorada, y ciertamente el enamoramiento es un estado mental que tiene algo de psicótico. Si tal y como he leído por ahí, la admiración-enamoramiento de Anastasia invalida su consentimiento, mañana mismo pido mi nulidad matrimonial. Yo también consentí enamorada.
A todos aquellos que están profundamente preocupados por el mensaje que transmite la película del millonario y la estudiante les invito a que inviertan unos minutos en escuchar a Erika Lust en su TED talk. La directora sueca de cine para adultos transmite de forma clara y contundente algunos conceptos cruciales sobre sexo y roles de género. Su charla puede resumirse en la idea de que debemos preocuparnos por aquello que realmente está educando a los jóvenes en sexualidad. Ni las familias ni las escuelas invierten suficiente tiempo o esfuerzo en la educación sexual y ese vacío, nos guste o no, lo colma la pornografía. El cine porno sí es agresivo, despectivo y desconsiderado con el género femenino… infinitamente más que Christian Grey y su sala de juegos. Imágenes tremendamente explícitas y a veces muy duras a un simple golpe de “clic”.
No menospreciemos a la población, por favor. Los jóvenes saben perfectamente que Frodo Bolsón, Spiderman y Christian Grey son personajes de ficción. Sin embargo, creen que el porno es real y construyen en él su referente sexual. Las causas de este fenómeno de credibilidad del porno dan para otro artículo pero, en cualquier caso, es contra eso contra lo que debemos luchar y no contra un best seller erótico. El cine es cine. Y en ese mundo de fantasía hay sumisas y amos, asesinos y víctimas, ladrones, de todo… Si el análisis que se impone es el del patrón de conducta que transmiten los protagonistas, lo primero que hay que vetar es Disney y sus archiconocidas princesas anoréxicas y carentes de autoestima.
Al tiempo que escribo esto veo a Santiago Segura y a Alaska entrevistando a Carmen Maura por la uno. Me vienen a la cabeza Pepi, Luci y Bom, las primeras chicas Almodóvar. Recuerdo que una de ellas era masoquista y que Alaska, de perfil sádico, le orinaba encima. Busco en internet y descubro que la cinta es de 1980. Nada más y nada menos que 35 años atrás. Dolor, placer y cine es una tríada manida desde hace años. El problema que deberíamos abordar no son las relaciones “sexuales” de sumisión sino las “emocionales”, las que inundan cientos de miles de películas, novelas, series y dibujos animados. Esas sí son perversas y peligrosas.
Conforme van pasando los días me doy cuenta de que el señor de la taquilla es clarividente. Busco Pretty Woman en la Wikipedia. Es de 1990. Yo tenía 16 años, exactamente el grupo de edad en el que el malvado Grey puede generar traumas. Los guiones parecen escritos al unísono. Comparemos. Dos guapos ricachones, dos proposiciones que, a priori, nada tienen que ver con el amor y dos jóvenes atractivas e inocentes que enternecen al millonario de corazón gélido. Ambas reciben múltiples obsequios del apuesto protagonista, pero ¿a quién le amarga un dulce? Vivian, de profesión prostituta, consiente por dinero. Anastasia, de profesión estudiante, consiente por atracción. Prefiero lo segundo. Desconozco cómo fue la primera vez de Vivian. La de Anastasia me parece difícil de superar: tierna, apasionada y responsable (lo siento, no puedo evitar volver al condón). Vamos con los patrones estéticos: Vivian tiene un cuerpo perfecto… es la novia de América. Anastasia es muy atractiva, sí, pero no perfecta. La estudiante gana otra vez. ¿Y ellos? Tienen en común, además del cochazo y los trajes, que rechazan las drogas. Eso está bien. Edward tiene un pasado que desconocemos. Christian, sin embargo, es un niño maltratado con claras deficiencias en su gestión de las emociones. Incluso me atrevo a decir que despierta cierta ternura y compasión por el poco amor que parece haber recibido. Se aleja mucho del perfil clásico del maltratador que culpabiliza, anula y desprecia a su víctima.
El combate de contenidos lo gana 50 sombras. Aún así, ¿estamos traumatizadas todas las mujeres que vimos a Julia Roberts allá por los noventa?… Personalmente, no lo creo. Una vez, después de una importante discusión doméstica de aquellas que quedan por resolver, volvía a casa cabizbaja. Al meter la llave en la cerradura y abrir la puerta sonó a unos 100 decibelios la famosa canción de Roy Orbison de la banda sonora. Mi marido la había preparado para recibirme. Inmediatamente se me dibujó una sonrisa en el rostro y la bronca se desintegró sin necesidad de más palabras. Entendí que me llamaba bonita. Quizá si lo hubiese analizado desde este falso feminismo de los medios debería haber creído que me llamaba puta. Dejemos la hipocresía de lado por una vez y analicemos las cosas sin prejuicios.
Donde dije digo, digo Diego. No puedo destrozarte, Christian… y menos si Anastasia, de momento, no ha aceptado tus normas. Tendré que esperar y ver cómo se plantea la segunda entrega de la saga.
Dra. Raquel Tulleuda
Interesantísima tu aportación. Para hacernos reflexionar a todos los que habíamos criticado el film.
Muchas gracias.