Preparamos la cena. Una amiga, mi marido y yo. En la tele sin voz, uno de esos programas deportivos con comentaristas de distintos perfiles. Una mujer de unos cuarenta y de innegable atractivo luce pelo largo, minifalda y un escote de acento medio por el que asoman sus pechos. Nos enfrascamos en una discusión sobre las posibilidades que justifican semejante look.
Según ellos es una provocadora. Yo me decanto por la opción de que la cadena le obliga. Ellos creen que no, que estas cosas no suceden en un programa deportivo. Entonces, pienso, deberían celebrarse certámenes de belleza en la facultad de periodismo, pero sólo certámenes femeninos. A los periodistas hombres sí se les permite ser feos, pero las mujeres son guapas o muy guapas. Sea como fuere, ninguno de los tres contemplamos la opción de que la mujer de cuarenta y tantos lleva ese escote porque se siente cómoda con él. Ni por obligación ni para provocar. Simplemente porque sí. Le buscamos una explicación plausible a aquello que nos parece anómalo. Ahora que lo pienso, mi marido suele llevar camisas de corte hippy desabrochadas incluso por debajo del pezón. A los tres nos parece un atuendo normal.
Reviso las mochilas de mis hijos como cada tarde al volver del cole. Hay una nota en la agenda de la niña. Me informa de que la falda del uniforme es demasiado corta. ¿Demasiado corta? ¿Si tiene cuatro años! La pongo en pie y reviso la longitud de la pieza. Cubre el muslo hasta unos tres centímetros por encima de la rodilla. Teniendo en cuenta que su pierna mide unos dos palmos podemos etiquetarla de minifalda. La escuela es laica y supuestamente progresista. Espero a que mis neuronas dejen de echar humo y escribo: “De acuerdo. ¿puede ir en pantalón?”. Respuesta clara y concisa al día siguiente: “No”.
En casa de unos amigos nos reunimos tres parejas con hijos. El plan es pasar un día divertido para niños y adultos. Sobre las siete de la tarde las mujeres empezamos a organizar la ducha y la cena para los pequeños. Dos de nosotras cubrimos el sector baño. La tercera la cocina. Llevo a mi hijo en brazos envuelto en una toalla hasta el comedor. Le vestiré aquí y así descongestiono el baño, pienso. Me siento y observo un par de segundos. Los tres hombres comentan animadamente el fútbol que dan en la tele, cerveza en mano. Tópico pero cierto. Levanto la voz hasta un tono ligeramente impertinente para decirle sonriendo a mi hijo de dos años: “Mira cariño, esto es una escena clásica de igualdad. Las mamás nos ocupamos de todo y los papás se rascan esas glándulas ovaladas que les cubre el escroto”. Los tres me miran, se ríen y siguen haciendo exactamente lo mismo. Ni un ápice de autocrítica. Ni un resquicio de vergüenza. Nada. Me acaban de reducir al prototipo de mujer histérica que se queja por sistema. Me resigno.
Faltan pocos cromos para acabar el álbum de Peppa Pig. Es uno de los pocos personajes que no les censuro a mis hijos. Frozen, la Sirenita y Pocahontas estan vetadas por índice de masa corporal bajo. La Bella Durmiente y Blancanieves por resucitar gracias al beso del príncipe. Bella porqué acaba quedándose en el castillo cuando la Bestia se transforma. ¿La belleza está en el interior?… pues que se conforme con el feo, ¿no?… En fin, volvamos a Peppa, esa cerdita rosa y simpática aparentemente inofensiva. El álbum contiene cromos de números, de formas, de las estaciones del año y también de profesiones. Los papás pony, perro, cebra y pig son carpinteros, marineros, médicos, taxistas… Un momento. ¿Y ellas? ¿Dónde están las madres de todos estos animalitos? Ah, claro… qué torpeza mental la mía. Son las siete de la tarde. Les pasa lo mismo que a mi grupo de amigas. Están con los baños y la cena.
Repaso el correo electrónico y me acompaña el televisor. Anuncios. Una pareja con dos niños llega de viaje. Les esperan los abuelos. Reconozco en el spot el aeropuerto de Barcelona. Siempre me hace cierta gracia identificar el lugar del rodaje. Al salir del edificio, niños, madre y abuela se sitúan en la parte trasera del vehículo. El padre conduce y el abuelo ocupa el lugar del copiloto. Los machos delante, claro. Me indigna pensar que ninguna de las mujeres que intervino en el guión-casting-rodaje-edición… o cualquiera de las fases que componen la realización de un anuncio se percató del mensaje subliminal. Y si lo hicieron, me indigna que no consiguieran cambiarlo.
Y qué decir del lenguaje. Un perro, un hombrezuelo y un fresco, por mencionar algunos ejemplos, son un animal, un hombre bajito y un pasota. Una perra, una mujerzuela y una fresca comparten la condición de putas. Discusión distinta sería si cabe considerar “puta” como insulto.
La sociedad es tremendamente machista. Si agudizamos un poco los sentidos, veremos, oiremos, tocaremos y oleremos discriminación a cada paso. Incluso en nosotros mismos. La educación sexual, tan y tan necesaria para nuestros pequeños, empieza por educarles en la igualdad de género. Todos los mensajes que reciben, ya sean verbales o no, explícitos o tácitos… todos ellos dejan una pequeña huella que irá perfilando el modelo de adulto que van a ser. Si queremos adultos con sexualidades sanas y gratificantes debemos esforzarnos por identificar y evitar cualquier enseñanza machista. La educación sexual empieza con el babero rosa y el azul celeste.
Dra. Raquel Tulleuda
Excelente descripción de lo complejo dentro de lo cotidiano!
Un placer leerte Raquél!
Muy buena la reflexión. Como madre de una niña pequeña y mujer de un hombre progresistamente machista (?) me estremezco cada vez que pienso en la inmensa tarea que hay para todas a la hora de dar valores a nuestras hijas.
Gracias
Raquel me ha encantado leerte, alta lucidez y claridad. Estamos tan sumergidos que los pasos a seguir se hacen gigantes. Casi imposibles.
Cuando los mios eran más pequeños, y después de aplicar censura a capa y espada(y he de decir que a conciencia) de los contenidos violentos y/o machistas del televisor, llegué a la conclusión de que hacía el efecto contrario! más censuraba, más querían ellos! después pensé que mirando con ellos y enseñando actitud crítica, sería lo más productivo, al fin y al cabo se trata de enseñar a discernir…..pero al final terminaba comiendome hasta yo misma todo tipo de contenidos ! tuve que lanzar un decretazo y tiramos el televisor con un cartelito que ponía»cuidado toxico». Hace poco que volvemos a tener TV, y ya con 19 y 16 años, miramos de todo un poco, y más bien ellos me cuidan a mi. !!! Difícil la crianza, sobre todod si se va generalmente «a contracorriente» y una misma descubre sólo después de formación específica la sorprendente cantidad de prejuicios que una misma tiene en cuanto a machismo y violencia de genero. Un abrazo Raquel! (ánimos! y ya verás cuando crezcan…jijiji ) 😉
Exquisita recopilación de eventos en los cuales se vislumbra que a pesar del paso del tiempo, seguimos haciendo las cosas como hace 50 años
. En algún momento se podrá romper el círculo? Y que las mujeres y los hombres criemos niños y niñas con igualdad ?