Es sabido que la importancia de la alianza terapéutica y la del rol del terapeuta juegan un papel fundamental en los avances de la terapia. Tempranamente estos aspectos han sido foco de estudio por las distintas corrientes psicológicas. Desde el psicoanálisis encontramos como Freud en 1912, en su trabajo “The dynamics of transference” describió la importancia de que el analista mantuviera una actitud comprensiva hacia el paciente para permitir que la parte más saludable de éste estableciera una relación positiva con el analista (Freud, S. 1912). Esta relación debía desarrollarse en el contexto de una sala, limitada de estímulos, con el paciente en posición yacente, el analista fuera de su campo de visión y generalmente callado, cumpliendo con las características de abstinencia, neutralidad y anonimato. Para el psicoanálisis clásico el analista debe ser “un espejo o pantalla en blanco que refleja lo que el analizado proyecta, evitando mostrar sus propias proyecciones o conflictos” (Feixas, G.; Miró, M.T., 1993).
Con la evolución de los años, las distintas corrientes psicológicas, entendiendo la importancia de la alianza y con una concepción de un ser humano intersubjetivo, comenzaron a introducir nuevas habilidades a desarrollar por el terapeuta. Así encontramos, por ejemplo lo que para Carl Rogers en la psicoterapia humanística eran condiciones “necesarias y suficientes” del tratamiento psicológico los conceptos de aceptación incondicional del sujeto, empatía y autenticidad. El terapeuta podrá ayudar al cliente, precisamente si tiene la capacidad de situarse en su lugar, si es capaz de entender y percibir el mundo como él mismo lo percibe, pues se trata de “percibir a través de los ojos del cliente” (Rogers, C. 1981). Para la terapia conductual, el terapeuta es también un reforzador social y un modelo. Para el psicoanálisis intersubjetivo relacional, el terapeuta debe ser un co-creador, co-explorador, co-constructor y co-regulador. Y así nos encontraremos con que cada escuela psicoterapéutica con el fin de lograr una buena alianza, espera que el terapeuta desarrolle ciertas habilidades que permitan establecer lazos que apoyen y garanticen cambios positivos en la terapia.
Sin importar cuáles son las habilidades o características del terapeuta que cada corriente considera relevantes, todas coinciden en la importancia que se le otorga a la calidad de la alianza, tanto así que estudios demuestran que dentro de los lazos, la empatía, calidez, aceptación y voluntad de correr riesgos explicarían el 30% de los cambios positivos ocurridos en la terapia (Duncan y cols., 1997).
En la actualidad se habla de que el terapeuta cumple, entre otras, la función de ser un espejo de su paciente. El concepto de “espejo” está presente en múltiples escuelas psicológicas. Freud mencionó que el terapeuta debía ser el espejo donde el paciente proyecta sus conflictos. Para la danza movimiento terapia, en cambio, el terapeuta debe ser un espejo desde la empatía kinestésica con el otro y hoy, con el descubrimiento de las neuronas espejo que están en boga, demuestran que el término es cada vez más escuchado y popular. Vemos que actualmente esta palabra es muy utilizada dentro de los contextos terapéuticos como un verbo, la acción de “espejar”, se reconoce como una habilidad del terapeuta que permite al paciente mirarse en otro.
A mi parecer, el espejar es una gran herramienta de trabajo, entre muchas que debe utilizar un buen terapeuta. El espejo refleja; “espeja” algo a otro con una historia o un conflicto. Ese reflejo no dice qué hacer ni qué cambios realizar, sino que sólo hace ver lo que se refleja en él. Pero es interesante que al buscar el significado en la Real Academia Española, una de las acepciones de espejar, además de la obvia (que es reflejarse), es “limpiar, pulir y lustrar”. ¿Será que el poder “espejar a otro” radica en que puedo mostrar una realidad para que se vea de manera distinta, reflejada desde fuera de si mismo, de manera desvinculada, en tercera persona, para que pueda mirarse de ángulos no contemplados anteriormente, pero junto con ello darle la capacidad de limpiar, pulir o lustrar lo que proyectó?… ¿No parece fascinante poder ser un espejo que no sólo muestra lo que el otro no ha querido o no ha podido ver, sino que además le entrega la posibilidad de devolver e integrar ese reflejo de manera limpia o pulida? ¿No parece que el verbo espejar toma un peso diferente si entendemos que no es sólo reflejar algo?
Pero pensando en los espejos, los hay de diferentes tamaños, con marcos anchos, delgados, de colores, incluso tan simples que no tienen marco… Algunos espejos hacen ver más flaco, sobre todo los de las tienda de ropa… y otros hacen ver gordo, como los de tu propia casa… Si un espejo puede reflejar a una misma persona de manera diferente, ¿puede también el terapeuta espejar a sus pacientes de distinta manera? O ¿puede el paciente acostumbrado a mirarse en un espejo con marco maternal, tierno o contenedor de pronto sentirse defraudado por no ver reflejado lo que esperaba? ¿Puede también que si el marco del espejo le parece atemorizante o demasiado atractivo no querer proyectar o sólo reflejar lo que le conviene? Creo que la respuesta podría ser SI a todas las anteriores, por lo que espejar puede pasar de ser una gran herramienta de trabajo a un arma de doble filo si no se sabe utilizar. Finalmente el que hace de espejo también es subjetivo, se relaciona de manera diferente con sus pacientes, puede tener dificultad para mantenerse neutral o imparcial y dejar que su subjetividad sea parte del reflejo.
Ahora, si ponemos en la ecuación la alianza terapéutica y la herramienta de espejar, el resultado puede ser muy potente. Una buena alianza y buen espejamiento sería sin duda la mejor mezcla para la terapia. Una alianza débil y un buen espejamiento podría funcionar bien e incluso ayudar a fortalecer el vínculo. Sin embargo, una alianza débil y un mal espejamiento, claramente sería nefasto… ¿Pero que pasaría se hay una buena alianza y un mal espejamiento? ¿Podría el vínculo sostener la relación terapéutica?
Como vimos anteriormente la importancia de la alianza en el éxito de la terapia es fundamental. Pero cuando la relación terapéutica no es uno a uno, sino que dos pacientes, es decir una pareja, establecer esa alianza debe ser de manera mas cuidada, con una neutralidad e imparcialidad a toda prueba. El equilibrio es fundamental en todo momento y cualquier intervención puede llevar a un quiebre que rompa por completo esa alianza.
Denisse Hasbún
Coach de parejas
Felicitaciones…..